Amistad y soledad

El ser humano tiene pavor a la soledad. Al sentirla, se aferra a cualquier cosa que le convenza de lo contrario.

Creemos que la amistad es algo de niños, y que más adelante conservaremos a los justos contados con los dedos de una mano. Pensamos que por haber vivido más tiempo somos sabios. Por el contrario, nos convertimos en unos necios ególatras poseedores de toda la verdad. Quizás deberíamos mirar el mundo con ojos infantiles y darnos cuenta de por qué al crecer los amigos desaparecen. Claro que eres más consciente de las cosas y por eso nos enfadamos con mayor frecuencia. Pero lo que verdaderamente hacemos al ir creciendo, es intentar cambiar a la otra persona, y, al ver que no lo conseguimos, nos frustramos y decidimos que no merece la pena porque no es como nosotros queríamos.

Aquí vuelve a surgir ese miedo a la soledad. Pierdes a un amigo  y crees que estarás solo el resto de tu vida porque no encontrarás a ninguno igual. Ni siquiera tienes que haberlo perdido, también nace este sentimiento cuando  nos enfrentamos a una nueva situación en la cual no conocemos a nadie. Un claro ejemplo que muchos habrán experimentado es la universidad o el cambio de colegio. Ese miedo irrefrenable de no encajar desde el primer momento. Queremos que todo pase instantáneamente porque actualmente no estamos tan acostumbrados a esperar y ser pacientes, sobre todo, si el resto de tus amigos ha conseguido encajar desde el primer momento. Nos frustramos al pensar que no encontraremos ningún amigo y nos auto compadecemos pensando que nuestro mundo se derrumba, sin darnos cuenta de que lo que necesitamos es tiempo.

¿Será que nos da miedo sentirnos solos porque nos demostramos cómo somos realmente? Desgraciadamente, el hombre tiende a sentir tristeza al notar esta sensación que pocos conocen y que nos demuestra lo verdaderamente importante.

 

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